Foto de Gabriel Jiménez en Unspla ![]() Había una vez un jardinero que, ya anciano, decidió dejar su jardín a su dos hijos para que ellos continuaran con su cuidado. Así que lo dividió en dos parcelas y les dio el abono y las semillas de las nuevas plantas que debían sembrar. El hijo mayor no deseaba cuidar el jardín porque prefería dedicar su tiempo a otras actividades que le distraían más. Había pasado su infancia y juventud en la ciudad estudiando para conseguir una carrera. Allí se había aficionado a múltiples actividades que le parecían más placenteras que el aburrido cuidado de un jardín. Así que, labró la tierra, sembró las semillas y en lugar de abono natural, que le había dado su padre, utilizó unos productos milagrosos que compró en el mercado. Un convincente vendedor le había asegurado que sus productos le harían crecer y florecer las plantas sin necesidad de cuidarlas. Y así fue, unos productos aceleraban el crecimiento de las plantas, mientras otros les daban un brillo tan especial que parecían perfectas. Pero al mismo tiempo, esos productos, las debilitaban cada vez que se utilizaban, eran mágicos y tóxicos por igual. Las plantas eran bellas durante muy poco tiempo pero después se marchitaban y morían rápidamente. Cuanto más productos echaba más rápida era la decadencia de su jardín explotado. Y aunque el hijo vio pronto lo que sucedía, la costumbre y la breve belleza artificial que producían, secuestraron su voluntad y continuó utilizándolos hasta que la tierra se quedó yerma como un desierto y no volvió a brotar ninguna planta. El hijo pequeño, en cambio, había aprendido a amar la jardinería ayudando a su padre desde niño. Labró su parcela, sembró las semillas y las alimentó con abonos naturales que, poco a poco, nutrían las plantas y les hacía crecer con todo su esplendor natural. Su jardín necesitaba de un cuidado diario, regaba las flores y plantas, las podaba, arrancaba las malas hierbas y recogía las hojas caídas. Era un trabajo que a él no le disgustaba, al contrario, le agradaba y disfrutaba al sentirse en contacto con la naturaleza tal como era, sin artificios ni engaños. El cuidado amoroso que dedicaba a sus plantas y el respeto por el propio ritmo de la naturaleza hizo que transcurridos los días y semanas el jardín fuera creciendo en belleza y esplendor. Y esa belleza atraía nuevas formas de vida, abejas, mariposas, pájaros... que hacía su jardín único y especial. Era un lugar de sorprendentes colores y aromas, de sombras frescas en días calurosos, de silencio salpicado por los cantos de los pájaros. Un oasis de paz y tranquilidad. Un día sus vecinos, atraídos por los agradables olores y aromas, se acercaron al jardín y se asombraron ante tanta belleza. Felicitaron al joven jardinero por su obra y le agradecieron que la compartiera con ellos. La noticia corrió de boca en boca por todo el pueblo y se fue extendiendo por todo el país. El jardín se hizo famoso y cada día recibía nuevas visitas de personas que querían disfrutar de un espacio natural, de paz y tranquilidad. Si te imaginas a ti, a tu cuerpo y tu mente, como un jardín que hay que cuidar y cultivar ¿Cómo lo harías? ¿Cuál de los hijos del jardinero te inspira más?
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JAVI LUCASInstructor de Mindfulness y aprendiz de la Vida (llevo una L en la espalda) Archivos
October 2021
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